DETENER LA VIOLENCIA ULTRA

El eurodiputado socialdemócrata Matthias Ecke fue apaleado brutalmente el pasado viernes por cuatro personas mientras colgaba carteles en Dresde, la capital del Estado de Sajonia, al este de Alemania. Cuatro jóvenes de entre 17 y 18 años fueron detenidos y posteriormente liberados; la policía trabaja con la hipótesis de que los agresores son ultraderechistas radicalizados. La condena a la violencia ha sido prácticamente unánime, y se ha desencadenado un debate acerca de si deben endurecerse las penas a quienes agreden a los representantes públicos. Un debate decisivo a la vista de las alarmantes cifras: el Gobierno alemán ha estimado en más de 10.000 los ataques a políticos en los últimos cuatro años. Solo en 2023, fueron 2.790.

Los casos resultan especialmente graves en los Estados del este de Alemania, donde la radicalización de la ultraderecha no es un fenómeno nuevo. Tampoco lo es, por desgracia, la violencia. En 2019, un ultraderechista atacó una sinagoga en Halle del Saale, en Sajonia-Anhalt, y mató a dos personas. En el mismo land, el número de agresiones contra políticos se duplicó entre 2018 y 2023; dos tercios proceden del entorno de la ultraderecha. Esvásticas, pintura y heces contra las oficinas de los partidos e incluso procesiones con antorchas (todo de tenebrosa memoria en Alemania) son cada vez más comunes. Nada de esto es, por supuesto, tolerable, y harán bien los partidos democráticos alemanes en escuchar las voces que, dentro de sus filas, llaman a consensuar medidas legales para contener y revertir esta realidad.

La agresión a Ecke se produce, además, en plena precampaña para las elecciones europeas y en un ambiente de creciente deterioro del cordón sanitario que ha existido desde que la formación ultraderechista Alternativa por Alemania (AfD) entró por primera vez en las instituciones germanas en 2014, en Sajonia precisamente. Los focos están puestos en la CDU, la principal formación del centroderecha y líder destacada en los sondeos para las europeas. Angela Merkel, que la capitaneó durante 18 años, fue muy concienzuda en su rechazo a los ultras. Hoy está prevista la clausura en Berlín del congreso del partido, en el que su líder, Friedrich Merz, pretende definir cómo será en el futuro inmediato: menos centrista y más conservador.

De la CDU que salga de este congreso dependerá, en gran medida, la respuesta a una ultraderecha desatada. El primer ministro de Sajonia, Michael Kretschmer, uno de los barones del partido, ha calificado a los agresores de “enemigos de la democracia”. Si es así, los democristianos deberían conservar de la era Merkel su rechazo a todo compromiso con la extrema derecha, tanto en Alemania como en las instituciones de la Unión. Desgraciadamente, las últimas declaraciones de su figura europea más visible, Ursula von der Leyen, en las que normalizó los posibles pactos con algunas facciones ultras contradicen esa idea.

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